Una mañana de abril, mientras se colocaba su traje de brillo dorado para dar el paseo diario, borró su sonrisa, cambió la luz que siempre tenía en su mirada por unos ojos tristes, y acurrucado tras la montaña que le protege cada noche, el sol comenzó a llorar por primera vez en su vida.
Llegaron las nubes blancas con su alegría, las nubes grises cargadas de ideas y hasta las nubes negras, que siempre aparecen enfadadas y echando rayos y truenos por la boca, venían tranquilas y con ganas de escuchar.
Llegaron las nubes blancas con su alegría, las nubes grises cargadas de ideas y hasta las nubes negras, que siempre aparecen enfadadas y echando rayos y truenos por la boca, venían tranquilas y con ganas de escuchar.
La pequeña brisa que siempre quiere bailar, llegó de la mano del huracán que siempre está enfadado; y esto es muy raro, porque al huracán no le gusta juntarse con nadie.
Las estrellas acababan de acostarse, pero se levantaron de un salto cuando se enteraron de la noticia. Incluso el lucero, que está un poco gordo y no se mueve con agilidad, llegó enseguida al lado del sol.
La luna intentó llenarse lo más posible para arropar a su compañero. Primero había pensado coger la forma de cuarto menguante y mecerlo un ratito, pero luego se dio cuenta de que abrazarse les iba a gustar mucho más a los dos.
El sol seguía tan ocupado con su tristeza, que no se había enterado de que tenia a tanta gente a su alrededor. Entonces levantó la mirada, dejó de apretarse entre sus rayos y el brillo volvió a asomar a sus ojos.
Las nubes, los vientos, las estrellas y la luna estaban allí. Ninguno le dijo nada que no le hubiese dicho cualquier otro día. Ninguno intentó animarle. Nadie le quiso comprender, ni le compadeció. Y nadie quiso hacerle sonreír.
El sol no sabía lo que le pasaba, pero sí estaba seguro de que era algo que solamente tenía que ver con él. Y, por lo tanto, únicamente él podía solucionar.
Miró a todos, y las chispas cálidas de sus ojos llegaron hasta cada uno de sus compañeros. Entonces siguió llorando, porque eso era lo único que podía hacer en ese momento.
El sol sintió cómo las nubes se colocaron para proporcionarle un colchón de tres colores. La luna le abrazó, haciéndole sentir el calor que solo saben dar los amigos. Los vientos suaves y los vigorosos se unieron para secar las lagrimas que iban rodando entre sus rayos; y el lucero y las estrellas se acomodaron a su alrededor, para que nunca dejara de creer en las luces que casi siempre tenemos a nuestro lado.
Se levantó con su propio impulso, pero apoyándose en todos para conseguirlo. Sonrió, dijo un profundo gracias que no necesitó de la palabra, pero que nadie dejó de escuchar; y terminó de ponerse su traje de brillo dorado.
El sol se estiró lo que pudo hasta acariciar el cielo con su resplandor, y sabiendo ya lo que es la tristeza, asomó tras la montaña que le protege cada noche; y volvió a amanecer.
¡¡Precioso Teresa!!. Me ha gustado mucho
ResponderEliminarLiñan1914..compañero del desván
Muy lindo, muchas gracias por compartirlo.
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