Apareció galopando tras el lado oscuro de la montaña que me parecía un corazón. Su armadura, lucía hermosa bajo los rayos del sol, pero no me dejaba ver su piel.
Tiró de las riendas, su caballo se paró junto a mí y mi cara apareció en su coraza de hierro.
Sujetaba fuertemente su lanza y, sin dejar de protegerse con su escudo, giró su yelmo y me miró; fue una lástima no poder verle los ojos.
—¿Quieres ser mi princesa?
—Gracias; pero acabo de quitarme el vestido
Apretó los estribos y se alejó a gran velocidad.
Cuando volví a verle, yo acababa de encontrar mis alas.
El caballero de la armadura volvió a aparecer galopando tras el lado oscuro de la montaña que me parecía un corazón, tiró de las riendas, mi mirada volvió a reflejarse en él y, esta vez, bajó de su caballo.
Dejó su lanza en el suelo, se quitó el escudo, extendió sus manos hacia mí y se acercó.
—Ya no estoy armado. Ya no tengo protección
Yo seguía sin poder ver su piel ni sus ojos.
—Gracias, pero quiero aprender a volar
Cuando volví a verle, ya era una maestra volando sobre mí misma. Volaba encima de mí, volaba debajo de mí, volaba a mi lado.
El caballero volvió a aparecer galopando tras el lado oscuro de la montaña que me parecía un corazón. No tenía escudo ni lanza. Bajo de su caballo y, con una palmada sobre su lomo, le dejó en libertad.
Se desabrochó su armadura y la tiró lejos de él; su piel era dorada cómo la arena de un desierto soleado cuando no tienes sed. Se quitó el yelmo; su pelo era oscuro cómo una hermosa noche sin luna. Me miró y sus ojos eran profundos y tranquilos cómo un océano en paz. Si no me pareciera cursi, diría que ésta vez mi cara se reflejaba en ellos.
Me acerqué a él. Volé por su desierto, volé por su noche y volé por su mar. Juntos volamos por el cielo y juntos supimos que jamás podríamos volar más alto.
Al amanecer; sin armas, sin escudos y más fuerte que nunca, se alejó desnudo tras el lado oscuro de la montaña que yo ya no necesitaba que me pareciera un corazón.
No recordaba haberme suscrito a este blog así que esta mañana he recibido un regalo bonito e inesperado. Justamente yo también acababa de quitarme el vestido de princesa. Me reflejaba en la pantalla del ordenador como cada día, y lo peor es que no me parecía cursi.
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