Aquella noche no había luna ni tampoco se veían estrellas que iluminaran mi cielo por
ninguna parte. Sin embargo, tuve la suerte de quedarme sin tabaco.
Salí
a la calle y empecé a andar deprisa. Necesitaba arroparme con algo, y pensé que si me envolvía entre el humo de mis cigarros, me sentiría mejor.
El
paseo que me llevaba al centro estaba vacío, y la única luz que se veía era la
amarilla y tenue de un pequeño portal. Fui hacia él por si vendían cualquier
cosa aceptable para fumar, pero enseguida me di cuenta de que allí no había
nada que se pudiera comprar.
Al
acercarme, empecé a oír el sonido suave y tranquilo de una guitarra y una voz ronca
que cantaba bajito; que en un segundo consiguieron que se me olvidara lo que había salido a buscar.
Llamaron mi atención, unas manos grandes que acariciaban unas cuerdas de acero, cómo si no quisieran hacerlas daño. Me fascinó la manera en que aquellos brazos rodeaban aquellas curvas de madera que, estaba claro, que eran del mismo color que mi piel. La melodía que susurraba me mecía en el aire, mientras sentía como si aquella boca paseara por mis poros al ritmo de su música.
Mi corazón ya no podía parar de correr, tras unos ojos que ya no podían parar de gritar mi nombre en silencio.
Llamaron mi atención, unas manos grandes que acariciaban unas cuerdas de acero, cómo si no quisieran hacerlas daño. Me fascinó la manera en que aquellos brazos rodeaban aquellas curvas de madera que, estaba claro, que eran del mismo color que mi piel. La melodía que susurraba me mecía en el aire, mientras sentía como si aquella boca paseara por mis poros al ritmo de su música.
Mi corazón ya no podía parar de correr, tras unos ojos que ya no podían parar de gritar mi nombre en silencio.
Él estaba apoyado en la pared del fondo, medio tumbado sobre una alfombra azul. Rodeado de cojines con dibujos raros, y de
páginas llenas de líneas negras y de notas musicales. Sin dejar de mirarme, con
una sonrisa que prendió fuego de un chispazo a todos mis deseos, aquél
desconocido siguió los movimientos de mi cara y de mi cuerpo, cómo si lo único
que le importara en el mundo fueran cada uno de los pasos que me llevaban a él.
Inesperadamente,
mis poemas tristes desaparecieron y ya sólo existían sus canciones de amor.
Se
levantó. Cerró la puerta por la que yo acaba de entrar seguro de que ya no
faltaba nadie, se sentó junto a mí, y siguió tocando.
Cada
acorde era más sensual que el anterior y cada palabra que salía de sus labios,
entraba más profundamente dentro de mí.
Un
calor mágico empezó a subir por mis piernas hasta incendiarme, hasta apretar
salvajemente mi estómago y hasta ponerme el corazón en la garganta.
El
aire del deseo hinchaba mi pecho y alteraba mi respiración. Mis manos se me
escaparon para perderse por su cuerpo, dejándome muy claro, que aquella
excitación no sólo la sentía yo.
Apartó su guitarra y sus brazos rodearon apasionadamente mi cintura, acercándome con todas sus ganas hacia él.
Acarició
mi espalda, mi cuello, enredó sus dedos entre mi pelo, cogió mi cara y me besó
los labios mil veces.
No
quedó ni un rincón de nosotros que no recorriéramos juntos, ni ninguna
sensación por expresar.
Cuando
todo acabó, salí a la calle y me puse a caminar hacia mi vida.
En mi regreso volví a acordarme del tabaco, pero esta vez sonriendo por haberme quedado sin él.
Miré hacia arriba. Me encantó poder volver a notar sobre mí, las cientos de estrellas que llenaban mi cielo. Y me daba igual, si esta sensación solo duraba un minuto.
En mi regreso volví a acordarme del tabaco, pero esta vez sonriendo por haberme quedado sin él.
Miré hacia arriba. Me encantó poder volver a notar sobre mí, las cientos de estrellas que llenaban mi cielo. Y me daba igual, si esta sensación solo duraba un minuto.
Mari Tere creo que en su momento, cuando lo comentamos un día, te dije lo sublime y excitante que meparece este relato.
ResponderEliminarTERnura y TEResa .....,sois iguales!
ResponderEliminarGracias por compartir este blog tan exquisito!
Que manera mas bonita de contar, lo demás que te pueda decir, ya sobra
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