Vacía Tus Maletas . . . Y Vámonos De Viaje

jueves, 28 de enero de 2016

Una Mujer En Sus Sueños




Mi estimado caballero:

Hace ya un tiempo que vengo pensando en escribirle, pero al no conocer a nadie que supiese como ayudarme en esta misión, no la he podido realizar hasta ahora. Al fin, la fortuna ha querido que un monje de esos que viajan por el mundo repartiendo fe a unos y a otros, pasara junto a mí huerta mientras yo acarreaba un haz de trigo que acababa de cosechar… Y aquí está, con su infinita sabiduría y bondad —como él mismo me ha comentado—, escribiéndole a usted lo que yo le diga.


Dicho esto, paso a centrarme en la cuestión que tanto me inquieta. 
Llevo unos meses recibiendo visitas, a cualquier hora del día o de la noche, de pastores, labriegos, mercaderes, y algún que otro pobrecillo —que más parece escapado del manicomio de Toledo, que hombre de bien—… Y todos ellos con la misma cantinela:

—Señorita Dulcinea, que su caballero andante D. Quijote de la Mancha se ha peleado con unos cueros de vino, porque dice que usted es la más bella...

—Señorita Dulcinea, que su caballero andante se ha enfrentado a unos molinos de viento, porque dice que usted es más hermosa del lugar...

—Señorita Dulcinea, que D. Quijote dice que le diga, que al fin le han nombrado caballero andante, porque usted es la mujer más elegante por la que un hombre podría suspirar... 


Y así un día, y así otro día, y así otro día más...

Y yo entre tanto aquí puesta, con las labores que me dan de comer. Con mi arado y con mis mulas. Con mi pelo enmarañado, mis sudores por la cara y mis kilos de más... Con mis muchas ganas de acabar la jornada para poder descansar tranquila, y mis pocas ganas de aguantar a cualquier desconocido que me venga con monsergas.

Y encima, Sr. Caballero andante, y para colmo de sin sentidos… Yo ni siquiera me llamo Dulcinea.

Como verá, esto no puede seguir así. Me he puesto a barajar posibilidades, y creo que se me ha ocurrido una buena solución para los dos.

Pensando que su señoría no me conoce a mí de nada, y por lo tanto tiene que darle igual una que otra, he llegado a la conclusión de que a usted que más le daría buscarse una moza diferente —más ociosa y más dispuesta—, para ser la señora de sus pensamientos y la musa de sus hazañas. Y, como por lo que me cuentan, me parece que ni un real, ni una oveja —y ni tan siquiera un mal revolcón—, se podrían esperar de esos honores, está claro que no debo enredarme en tonterías de enamorado que no llevan a ninguna parte.

De esta manera tan sencilla, usted tendría una mujer en sus sueños, y yo volvería a mi realidad.
Así que, compréndame usted Sr. D. Quijote, que le escriba esta carta un poco desesperada con la idea de acabar con estas idas y venidas de hombres por mis tierras, que no hacen otra cosa que espantarme a algún pretendiente que por fin me pudiera salir, que una ya va teniendo una edad, Sr, Caballero, y no puede perder un tiempo que no volverá…
Siga usted por esos caminos de esta tierra repartiendo bondades, saberes y justicias, y a mí déjeme con la vida que me ha tocado vivir. Que hay que estar muy preparado y creer mucho en ilusiones, para saber recibir los regalos que nos vienen...
Con afecto.
                                                 Aldonza Lorenzo








miércoles, 20 de enero de 2016

Sin Pedirme Permiso


      

Todo era azul chispeante aquella mañana. El sol brillaba y regalaba su luz por mi mundo. El agua del arroyo me cantaba. Los pájaros bailaban conmigo…
Y yo no podía imaginarme un lugar mejor por donde soñar.


            Las paredes aparecieron de repente.
Mi silla surgió debajo de mí, y se volvió helada y dura.
Intente levantarme para acostarme otra vez en mi habitación, pero el pasillo estaba lleno de unos peldaños que solo sirven para subir.
Yo estaba demasiado cansada pero llegué a mi cama, porque eso era lo único que quería hacer. Mis sábanas no eran lo bastante grandes como para refugiarme entera, y mis mantas no podían arroparme como yo necesitaba en ese momento.
Me dormí con frío.

            Un campo abarrotado por una hierba tan verde como la hierba más verde del mundo, me acercaba a las montañas más altas. Yo iba por una vereda sin cuestas arriba, por un sendero sin piedras que no hacía otra cosa que llenar mis pasos de paz.
Me apeteció salirme de mi camino… Y lo hice… Y nadie me regañó por ello…

No podía moverme. Sentía el invierno a mi alrededor, y el radiador lo tenía demasiado guardado.
Un suspiro de los de —Basta ya de penas—, se me escapó sin control mientras dormía.
Respiré…

Una casita sin vallas asomaba entre los árboles. El humo de su chimenea se mezclaba con las nubes, y el calor de su interior llegaba balanceándose hasta mí.
Con la serenidad que da sentir que has encontrado tu sitio, me acerqué sin prisas.

Como si una brisa con olor a tomillo y a lavanda me embriagara desde dentro, se me llenó el cuerpo de imágenes en color y en blanco y negro. Recuerdos de amor y de nostalgia con tristezas, se me mezclaron. Mis canciones rockeras y mis boleros, salieron a bailar sin pedirme permiso. Y… entre sueños, empecé a acordarme de las sendas serenas que siempre tengo junto a mis peldaños de subida.

La puerta de la casita sin vallas estaba abierta y eso me pareció de lo más normal. Una mesa con un tarrito de cristal lleno de margaritas tapaba parte de la leña amontonada al fondo. La luz de las llamas lo iluminaba todo y la sombra de las flores se escondía por cada rincón del salón.

           Abrí los ojos. Me sorprendió no verme rodeada por las chispas de la lumbre que estaba sintiendo, pero la borrachera que traía —no sabía de dónde—, me ayudó a sonreír.
Desperté…  
Extendí los brazos. Salté de la cama. Y desperté más…
Me puse de puntillas. Levanté la cabeza. Y respiré otra vez.
Respiré mucho.
Decidí que ya había pasado suficiente frío, y se me ocurrió que ese era un buen momento para buscar mi estufa —estuviese donde estuviese—…
Recordé algo de lo que había soñado:

Me acerqué al fuego.
Me acurruqué sobre el sillón verde lleno de mantas enormes que había enfrente.
Dejé que la magia de la chimenea hiciera lo que quisiese conmigo…
Y, me dormí.

            De vez en cuando… Le permito a mis sueños, que se parezcan un poquito a mi realidad.
           
            


viernes, 8 de enero de 2016

Dos metros de cien palabras


       


Nuestro equipaje


Camina a mi lado con su carita de buena. Baja despacio las escaleras del metro que acaban de inaugurar en Málaga. Me agarra fuerte, y su ilusión traspasa nuestras ropas.

Se emociona cuando me cuenta que montaba con su madre en Madrid al acabar la guerra, y siente aquella inquietud. Le divierte que a mi padre le encantara subirse de novios, porque ahí ella le dejaba agarrarla por la cintura. Me recuerda de pequeña saltando y aplaudiendo, cada vez que el tren se metía por el túnel.

        Cuando nos sentamos en el vagón, el mejor viaje lo habíamos hecho ya.



       


Vaciando maletas


Bajo cargada las escaleras del metro. La parada del Perchel está junto al autobús. Eso me tranquiliza.

Saco el billete.

Al pasar por la entrada, mi equipaje no cabe bajo la barra del torno.

Lo intento. Lo intento. Lo intento…

Muchas veces he conseguido seguir con mis cargas y no me ha importado. Pero de repente, sí. De repente me trastorna. De repente estoy muy harta.

Cojo mi maletón de cuatro ruedas y lo pongo a un lado cuidadosamente. Suelto el paquete de regalos, la bolsa de mano y el neceser.

Y así, sin maletas… Consigo continuar mi camino de verdad.