Todo era
azul chispeante aquella mañana. El sol brillaba y regalaba su luz por mi mundo.
El agua del arroyo me cantaba. Los pájaros bailaban conmigo…
Y yo no podía
imaginarme un lugar mejor por donde soñar.
Las
paredes aparecieron de repente.
Mi silla
surgió debajo de mí, y se volvió helada y dura.
Intente
levantarme para acostarme otra vez en mi habitación, pero el pasillo estaba
lleno de unos peldaños que solo sirven para subir.
Yo estaba
demasiado cansada pero llegué a mi cama, porque eso era lo único que quería
hacer. Mis sábanas no eran lo bastante grandes como para refugiarme entera, y
mis mantas no podían arroparme como yo necesitaba en ese momento.
Me dormí con
frío.
Un
campo abarrotado por una hierba tan verde como la hierba más verde del mundo,
me acercaba a las montañas más altas. Yo iba por una vereda sin cuestas arriba, por un sendero sin piedras que no hacía otra cosa que llenar mis pasos de paz.
Me apeteció
salirme de mi camino… Y lo hice… Y nadie me regañó por ello…
No podía
moverme. Sentía el invierno a mi alrededor, y el radiador lo tenía demasiado
guardado.
Un suspiro
de los de —Basta ya de penas—, se me escapó
sin control mientras dormía.
Respiré…
Una casita
sin vallas asomaba entre los árboles. El humo de su chimenea se mezclaba con
las nubes, y el calor de su interior llegaba balanceándose hasta mí.
Con la
serenidad que da sentir que has encontrado tu sitio, me acerqué sin prisas.
Como si una
brisa con olor a tomillo y a lavanda me embriagara desde dentro, se me llenó el
cuerpo de imágenes en color y en blanco y negro. Recuerdos de amor y de
nostalgia con tristezas, se me mezclaron. Mis canciones rockeras y mis boleros,
salieron a bailar sin pedirme permiso. Y… entre sueños, empecé a acordarme de
las sendas serenas que siempre tengo junto a mis peldaños de subida.
La puerta de
la casita sin vallas estaba abierta y eso me pareció de lo más normal. Una mesa
con un tarrito de cristal lleno de margaritas tapaba parte de la leña
amontonada al fondo. La luz de las llamas lo iluminaba todo y la sombra de las
flores se escondía por cada rincón del salón.
Abrí los ojos. Me sorprendió no verme rodeada por las chispas de la lumbre que estaba sintiendo, pero la borrachera que traía —no sabía de dónde—, me ayudó a sonreír.
Desperté…
Extendí los
brazos. Salté de la cama. Y desperté más…
Me puse de
puntillas. Levanté la cabeza. Y respiré otra vez.
Respiré
mucho.
Decidí que
ya había pasado suficiente frío, y se me ocurrió que ese era un buen momento
para buscar mi estufa —estuviese donde estuviese—…
Recordé algo
de lo que había soñado:
Me acerqué
al fuego.
Me acurruqué
sobre el sillón verde lleno de mantas enormes que había enfrente.
Dejé que la
magia de la chimenea hiciera lo que quisiese conmigo…
Y, me dormí.
De
vez en cuando… Le permito a mis sueños, que se parezcan un poquito a mi
realidad.
Literatura onírica (creo yo)
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