Vacía Tus Maletas . . . Y Vámonos De Viaje

martes, 22 de noviembre de 2011

Se Me Olvidó Sentir Miedo




        La mañana en la que más segura estaba de que nunca volvería a sentir nada que me emocionase, aún no sabía que por la tarde, aprendería a volar.

       Apartado de mi camino, junto a una vereda cuajada de pinchos y matorrales y oculto tras unos árboles que me parecieron preciosos, asomaba como si no fuera importante, el campanario de una iglesia escondida... Si hubiese ido hacia alguna parte, nunca se me habría ocurrido perder el tiempo acercándome allí.

        El sonido de la puerta cuando la empujé, fue para mí como una agradable invitación a entrar.

        Me dejé envolver por la penumbra del interior, mientras mi mirada paseaba por las paredes de aquella enorme habitación que parecía vacía. Destellos de un naranja luminoso colgaban en uno de los rincones pero, ni siquiera ellos, me hicieron pensar que no estaba sola.

        Un hombre apareció por una puerta que yo no había visto, se dirigió a la única luz que ardía, prendió un palo de madera, lo levantó iluminando su cara y me miró. Vi como me sonreía, sentí como me acercaba su fuego con los pasos que daba hacia mí y comprendí que sus ojos no iban a necesitar palabras.

        Me saludó con una suave inclinación de cabeza y, sin dejar de mirarme, tomó mi mano llevándome hasta el centro de la iglesia. Una enorme liana de esparto atravesaba una polea que pendía del techo y se arrastraba como una serpiente a mi lado. Aquél extraño me cedió su antorcha, se agachó para coger uno de los extremos de la cuerda y sus brazos comenzaron a liar mi cuerpo.      
        Acarició mis hombros, mi espalda y cuando llegó a mi cintura, comenzó a llenarme de nudos... De muchos nudos.
          No sé por qué, pero se me olvidó sentir miedo.
         
          El hombre que sentía absolutamente a mi lado, cogió el otro extremo de la soga, me miró con la expresión de un amante cuando entrega un regalo de verdad, y tiró fuerte de ella. Mi cuerpo empezó a elevarse mientras mi pelo y mi falda danzaban tras de mí. Las campanas comenzaron a sonar al compás de mi balanceo. Mi compañero de ese momento me miraba desde abajo, y yo... Sencillamente, volaba.

        De repente, la cuerda se paró cerca de una de las paredes, las campanas dejaron de oírse y aparecieron unas caras con barba pintadas en el muro que miraban expectantes hacia mí. Un enorme espejo colgaba cerca del rincón reflejando los movimientos de mi cuerpo. Las túnicas de colores de aquellos apóstoles, sus largos cabellos, sus ojos iluminados por la luz de la antorcha y el reflejo de mi imagen bamboleándose otra vez entre ellos, me parecieron increíblemente sensuales. Bajé la mirada hacia aquel desconocido, como lo haría una amante que ha recibido un regalo de verdad. El columpio siguió bailando con la música de las campanas llenando mi piel y mi sentimiento de paz, de pasión y de vida... Y, muy lentamente, empecé a descender.

       El hombre que acababa de conocer, me rodeó otra vez con sus brazos, desató los nudos que apretaban mis caderas y mi cintura, acarició con su cuerda, con sus manos y con su mirada todo mi cuerpo... Cogió la antorcha y se alejó.

         _Volveré a ésta iglesia algún día. Dije en voz alta
         _Yo vengo a menudo por aquí. Me contestó
         _Entonces nos encontraremos

       Sí esto hubiese ocurrido, si nos hubiésemos vuelto a tropezar, aquella tarde habría dejado de ser única para mí. El recuerdo de su magia estaría envuelto por otros recuerdos, y seguramente, se me habría olvidado que yo… Sé volar.



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