Vacía Tus Maletas . . . Y Vámonos De Viaje

jueves, 11 de diciembre de 2014

Patas Arriba



        Que la vida puede dar una nueva oportunidad son palabras que oímos fácilmente o que encontramos escritas en bastantes lugares. Y yo, que me creo casi todo lo que me dicen, nunca he tenido ningún problema en tenerlo claro, así que todo perfecto... Todo perfecto, hasta que empecé a meter la pata como si lo hiciera casi compulsivamente.                 
         La primera vez que me pasó ya sabía que no iba a tener problemas porque esta frase me la había aprendido yo muy bien. Lo malo fue cuando la volví a meter, y peor con la siguiente equivocación, y con la cuarta, y con la quinta, y con la diecisiete... Así que ahí estaba yo, empezando a plantearme hasta cuando la vida me seguiría dando oportunidades. En mis días de bajón, incluso llegué a pensar que igual había por algún lado un marcador o algo así como un resorte de esos que salta cuando llegamos al cupo que tengamos asignado cada uno para errores, desastres y desaciertos porque, si era así, el mío tenía que estar a puntito de explotar.
       Pero ahora, en este momento de mi vida en el que además de creerme casi todo lo que me dicen, también soy una optimista convencida, he llegado a la conclusión de que no tenemos ningún limite en estas cosas de los batacazos, que podemos tropezar las veces que nos dé la gana y después seguir arriesgándonos en el camino que elijamos o en el que nos encontremos de sopetón, porque la vida siempre nos dará una nueva oportunidad... Incluso yo creo que a ella le gusta, que la pongamos patas arriba de vez en cuando.




jueves, 30 de octubre de 2014

Escaparse De Mí




        A la espera de la paz prometida me siento cada tarde mientras contemplo el anochecer desde mi ventana.

        La deseo, cada noche cuando me meto en mi cama...

        Pero ella sabe hacerse la interesante conmigo. Se me insinúa con pequeños guiños picantes, con miradas de reojo y sonrisa maliciosa…

Es una hermosa maestra en el arte de la seducción —que me rinde con sus contoneos—, mientras se envuelve bajo ese manto de inalcanzable que la hace más… y más… deseable cada día.

        Sin embargo —aunque parezca que no me doy cuenta—, tengo muy claro que es quién mejor conoce todos los trucos para escaparse de mí.

         Y —a pesar de mi tristeza al pensarlo—, la paz y yo, sabemos que ella nunca se me entregará de verdad.


        La inquietud si es una buena amante, la compañera más fiel.


lunes, 20 de octubre de 2014

Quién Lo Probó . . .




Caminábamos uno al lado del otro aunque nadie hubiese pensado que estábamos juntos, ni siquiera nosotros.
Hacía demasiado tiempo que nunca encontrábamos el momento para los besos y para los abrazos. Ni cuando la luna se nos ponía delante brillando grande y preciosa, ni cuando el frío usaba todo su poder para juntarnos. Esto estaba tan claro, que hasta tu y yo lo sabíamos.
Habíamos hablado tanto sobre lo mismo, que no necesitábamos hacerlo más. Al llegar a casa cada uno a su habitación. Ya sin comentarios, ya sin reproches, ya sin intentos... Así de fácil.
Abriste el portal y pasé sin mirarte. Comencé a subir las escaleras y, sin ninguna razón consciente para mí, recordé el tiempo en que tus manos no podían dejar de acercarse a mis piernas. Cuando no podían dejar de subir desde mis tobillos hasta mi cintura. Cuando me acariciaban y me agarraban a la vez, con unas ganas tan intensas que casi dolía. Y recordé, cuando todo esto nos pasaba a ti y a mí... Así de fácil.
Tu pensamiento tuvo que unirse al mio, porque como un chispazo, noté tu mirada clavarse en el contoneo de mis caderas y ya no pude pensar en nada más.
Me paré ante la puerta de la casa y tú te acercaste por detrás. Tu cuerpo se apoyó en el mío para alcanzar la cerradura. Hacía tanto tiempo que no me estremecía esa manera tuya de excitarte con el simple movimiento de mi falda, que al principio no me lo creí. Pero entonces, el llavero se cayó.
Nos agachamos a la vez rozándonos las manos en el suelo. Sin el permiso de la razón, nuestros dedos se enlazaron por su cuenta mientras nos levantábamos. Y con ese tipo de ahogo, que el alma nos pone en la garganta muy pocas veces, nos dijimos sin palabras que queríamos seguir adelante .
Me soltaste para acariciar mis brazos con tus dedos, para subir zigzagueando hacia mi pelo y para seguir despertándome la piel a tu increíble manera.
Cuando tu pecho se apoyó en mi espalda las llaves volvieron a caerse, y ésta vez, nadie se agachó a recogerlas.
Rodeaste mi cintura con ese abrazo que tu siempre hacías especial. Me acercaste a ti. Tu cara se apoyó en mi hombro. Tus labios rozaron mi cuello electrificando mi pecho y mi alma, y apretándome como si quisieras meterme dentro de ti.
Mi cabeza se inclinó y tu boca recorrió suavemente mis orejas, mi frente, mi barbilla, la comisura de mis labios...
Nos buscamos, cerramos los ojos y nuestras lenguas empezaron a jugar. Su ritmo aumentaba a la vez que el de nuestra respiración.
Me volví hacia ti y tus ojos brillaron para mí.
Nos besamos... Nos besamos... Y nos besamos...
        Nuestras lenguas seguían enredadas. Empezamos a gemir. A comernos. A explorarnos por todas partes como si fuera la primera vez.
        Más besos... Más lengua... Más labios...
        Ese cuerpo, que me estaba acostumbrando a no echar de menos, se estrujaba ardiendo contra mí. Se restregaba por todo mi espacio y abría de par en par cada uno de mis poros.
        Paramos un momento, me cogiste de la mano y subimos unos cuantos escalones. Sin duda, ese rellano era algo más íntimo.
        Te quitaste tu jersey y lo colocaste en el suelo, al momento tu camisa estaba a su lado. Entonces comenzaste a desnudarme.
        Mi piel se erizaba mientras me quitabas el vestido, pero no era de frío. No tenía frío... Nada de frío.
        Desabroché los botones de tu pantalón. Metí mi mano por tu cintura hacia tus caderas. Bajé por tus piernas y luego subí. Por delante y por detrás. Arriba y abajo...
        Mi boca, mis labios y mi lengua recorrían tu cuerpo. Tu boca, tus labios y tu lengua me empapaban más allá de la piel.
        Nuestra ropa había formado la cama más bonita del mundo.
        Nos tumbamos y rodamos abrazados.
        Más lengua. Más boca. Más manos...
        Todo mi cuerpo se levantaba hacia ti, me abrazabas. Me mirabas, y tus ojos gritaban mucho más que pasión.
        No es posible describir todo el deseo que me provocabas...
        Entrabas y salías de mí. Encima, debajo. De pie, sentados, tumbados, pero siempre a mi lado.
        Pero siempre a mi lado... Pero siempre a mi lado...
        Cualquiera habría dicho que estábamos juntos, incluso nosotros.
        Tu y yo, y pasión, dulzura, complicidad, lujuria, amor... Tu y yo y esa combinación que hace del sexo, el regalo perfecto para el cuerpo y para el alma.
        Como dice el poeta: “Quien lo probó, lo sabe”.
        Me importa nada el tiempo que pasó desde que rodeaste mi cintura con tus brazos junto a la cerradura, hasta que nos quedamos quietos y en silencio sobre nuestra ropa esparcida por el rellano.
        Me importa mucho lo que sentimos.
        Pero de repente, como si algo malvado zarandeara nuestras mentes a la vez, tú y yo nos incorporamos, tú y yo empezamos a recogerlo todo, tú y yo nos vestimos y, sin casi darnos cuenta... Tú y yo deshicimos para siempre la cama más bonita del mundo.
        Bajamos los escalones y abrimos la puerta. 
        Nunca se nos volvieron a caer las llaves. 
        Y nunca nadie ha vuelto a pensar que estábamos juntos... Ni siquiera nosotros.





jueves, 9 de octubre de 2014

Esta No Es La Aventura Erótica Más Excitante Que Se Haya Escrito Jamás




       Ti ro riiiiii... Ti ro riiiiii... ¡No puede ser ya la hora! Tengo que cambiar éste odioso pitido por una musiquita más tranquila... Aunque luego igual no me despierta...
       Ay, yo que sé... ¡Que sueño!
       A lo mejor hoy puedo echarme un ratillo de siesta.
       ¡Uffff!!!!!!!! Este agua espabila a cualquiera. 
       Espejito, espejito... ¿Quién es la mujer con más ojeras del mundo?

       —Carlos... Inés... Ya ha amanecido. ¡Arriba esos tronos!
       Hay que comprar leche, mejor desnatada. Aunque esa no les va a gustar. Bueno, cojo de la entera y ya está. Voy a escribir un relato sobre mujeres que comen lo que quieren y que nunca tienen tiempo de arreglarse... Pero con un montón de hombres loquitos detrás de ellas.
      —Venga, arriba... ¡Buenos días!
       —Inés, ponte el chándal que hoy tienes gimnasia. Carlos, ¿quieres Corn flakes o Cola Cao con galletas?
       Debería haber sacado el potajito de lentejas tan bueno del congelador. No importa, hago el pollo con unas patatas fritas y ya está.
       En cuanto llegue a las dos y media me siento a escribir. Hoy creo que me va a dar tiempo muy bien.
       —El desayuno… ¿Os habéis lavado la cara?
       Y yo, ¿que me pongo? Mañana me hago la cera sin falta. No veas que pelo... Esta tarde me lo aliso seguro.
       —¡Que guapos estáis! Tráeme el cepillo y las gomillas de los ositos.
       ¿Y si escribo un cuento para niños? A Inés y a Carlos les gustaría. A fin de cuentas, son los únicos que lo van a leer.
       —¿Habéis cogido las mochilas? Id llamando al ascensor que voy a por las llaves del coche
       ¿Cómo habrán hecho para poner tantas columnas en éste garaje? Y encima, otra vez hay que echar gasolina.

       Las nueve y dos minutos, —llego tarde—. Las diez, —todavía no he llamado a la gestoría—. Las diez y media, —que no se me olvide contabilizar las facturas de ayer—. Las doce, —¡odio este teléfono!— La una y veinte, —voy a preparar los ingresos—. Las dos menos cuarto, —nunca entenderé las colas de los bancos—. Las dos y veinticinco, —¡Que gustazo ponerme las zapatillas!—
      Pelo los ajos, enciendo el ordenador y los echo a la sartén. No tengo ningún correo. Frío el pollo y corto las patatas. ¿De que podría escribir?
       Pincho Word. Configuración de página. Vale. Tres centímetros arriba, tres centímetros abajo, la sal, tres centímetros  a la izquierda, tres centímetros a la derecha. Vale. Doy la vuelta a las patatas. Vale. Arial doce. Vale. Tapo la comida para que no se enfrie. Vale. A doble espacio. Vale. Me voy a por los niños. Vale.
       ¡Que alegría que ya no tenga que trabajar por las tardes! Mejor me apaño con menos dinero, porque con menos tiempo si que no podría.
        
       —¿Qué tal el cole? ¿Por qué te tiene manía la seño? Pero Carlos, colgarse de la canasta de balencesto del patio no puede ser tu deporte favorito
       —Inés, ¿Qué te ha dicho el profe del trabajo de sociales?
       —Lavaos las manos y todo el mundo a poner la mesa. Voy a escribir un cuento, ¿de qué os gustaría que tratara?
       —Si os coméis rápido la ensalada, podéis echaros todo el ketchup que queráis en las patatas.
       Todavía me queda media hora: “Érase una vez…” No. “Hace muchos, muchos años…” No. “En un país muy lejano…” No. Ya si que está claro que cada día tengo menos imaginación.


       
       Podría hacer un relato histórico que ahora están muy de moda, o mejor uno de animales que les gustaría más a mis niños. Pues no, voy a recrearme exactamente en lo que a mi me apetezca. Ya lo sé... La aventura erótica más excitante que se haya escrito jamás. ¡Ay por dios! No me puedo creer que esté llegando a una edad tan mala.
        —Inés, ponte la falda de baile, que ya es casi la hora.
       —Carlos, ¿llevas las botas de fútbol?
       Luego sigo. Mientras están en las actividades hago la compra y así tengo más tiempo después.
       —¿Qué día es la fiesta del colegio? Tenemos que ir a por los tacones de gitana.
       —Carlitos, te he dicho cincuenta veces que solo puedes pisotear los charcos que están cerca
       —¡Que lo paséis muy bien!

Leche entera, huevos, cojo el número para la carne, suavizante, —tengo que poner la lavadora— tomates, patatas...
       —¿Que tal ha ido todo? ¡Siete goles! No veas Carlos, qué barbaridad ¿Vas a bailar “El Aserejé” de Las Kepchup? ¡Qué guay, Inés!
       —No botes el balón en casa. Venga, todo el mundo a la bañera.
—No. Hoy toca fruta para merendar. El sábado os tomáis el bollycao
       ¡Por fin! No hay nada más confortable que mi pijamita.
 
Paso la aspiradora, plancho estas camisetas, tiendo la ropa y me pongo a escribir.
        A ver… Ya tengo la configuración, los espacios, el interlineado, el tipo de letra… “Erase una vez…” No, ya he dicho que eso está muy visto.
       —Sí, Inés. ¿Ocho por cinco? ¿Nueve por siete? Espera; voy a coserte éste botón. ¿Seis por cuatro?
  “Hace muchos, muchos años, en una ciudad muy lejana, vivía una mujer que estaba siempre tranquila…”
—Está bien. Haré macarrones con tomate para cenar.
—Vale. Si habéis terminado los deberes podéis jugar un ratito a la Play.
“…Una mujer que estaba siempre tranquila y que tenía mucho tiempo para hacer lo que a ella le gustaba, cuando le apetecía y como le daba la gana…” No sé, me parece demasiado fantástico. Mejor escribo sobre duendes, brujas y bosques mágicos.
       Voy a ir poniendo el agua a cocer.
—La cena está lista. Hay yogures de fresa y de coco
—El primer avión ya ha aterrizado en una pista, ahora el segundo... ¡Buenas noches Inesilla! ¡Buenas noches Carlillos!
Cada día pesan más, pero no veas que alegría escucharles reírse con tantas ganas cuando les llevo volando a la cama. Seguramente, algún día echaré esto de menos...

 
        ¡Y por fin la cocina recogida! Anda, que si hace unos años alguien me dice que ésta tontería me iba a medio emocionar... Me peleo con él para siempre.
Bueno, vamos a ver... Mi silloncito, mi ordenador, mi tranquilidad... Si es que no me imagino ni como empezar. Esta claro que tengo que leer más. 
¡Ya está! ¿Como no se me había ocurrido antes? Voy a escribir algo autobiográfico y así de paso me sirve de meditación antiestrés y relajante... La mejor idea del mundo, con terapia incluida y todo. Y, me parece... Que también el rollazo más grande del universo. Leerme, no me leerá nadie, pero la escritora más aburrida de todos los tiempos... A eso si que puedo llegar sin ningún problema.  
        ¡Que pena no tener ideas buenas! Aunque podría escribir un relato de los que llegan al corazón que también me sentaría bien, y no tendría que ser tan poco emocionantes como mi vida... Voy a ponerme a Joaquín Sabina ahora mismo para inspirarme. ¡Ay, no! Que luego me quedo escuchándolo y no me entero de lo que pongo. Mejor a Gènesis que no les entiendo...
¡Que coraje tener tanto sueño!
Bueno, no importa. Me acuesto ahora, mañana me organizo mejor y seguro que me da tiempo para todo.
¡Que cama tan confortable! Y tan grande...
Ya va haciendo fresco, tengo que sacar los edredones.
¡Será posible que casi se me olvida otra vez! Voy a sacar las lentejas del congelador...



lunes, 29 de septiembre de 2014

Dormir Sin Soñar

        

        No creas que porque sueño contigo tienes que importarme. Muchas veces he soñado con monstruos que salían de mi armario, y de ninguno vuelvo a acordarme durante el día.

        La noche permite casi todo, permite hasta lo que no nos gusta permitir. La luz atrae reproches que llegan de todas partes, pero a mi eso no me importa. Los reproches no me hacen tanto daño, ni siquiera los que vienen desde dentro de mí.

Antes me gustaba ver anochecer, pero antes. Ahora mis monstruos y tu imagen no me dejáis respirar.

De noche debería ser más fácil vivir, pero no es más fácil. El sueño envuelve todo en una nebulosa que parece que suaviza los sentimientos, que parece que convierte todo en más sutil, que parece que hace que todo sea menos hiriente. Pero eso... que parece.  

  
        Si al menos pudiera dormir sin soñar... Soñar sin dormir, hace mucho que dejé de hacerlo.

Siempre aprendemos a olvidar lo que sabemos que es imposible, aprendemos a creer que no lo queremos. Aprendemos, y de eso se trata... a no ser infelices.

Por eso, yo ya no quiero nada. Ni siquiera a ti.

No creas que necesito contar esto, es que me da la gana. 



jueves, 25 de septiembre de 2014

Bandera Negra




Y ahora volvemos a tener paz y serenidad, solo de vez en cuando. Llevábamos demasiado tiempo sin rayos, ni truenos, ni olas, ni vientos ni nada de nada. Nuestra bandera negra caía tan lánguidamente pegada al mástil, que las tibias y la calavera parecían más unos lunares mal puestos, que el emblema de nuestra manera de vivir. Pero al fin las nubes aparecen por el horizonte, y ahora volveremos a tener paz y serenidad, solo de vez en cuando.

 
        Hay quién apuesta por la tranquilidad a cualquier precio. Nosotros elegimos la revolución. Aunque el precio que pagamos por ello, siempre es el mayor de todos.
Los tiempos de paz no existen, simplemente son una ilusión con la que algunos idiotas convencen a algunos optimistas locos.
A nosotros que nos den paz y serenidad cuando volvemos de tierra con las calenturas calmadas y la bolsa vacía, cuando necesitamos recobrar las fuerzas que nos hemos dejado entre las sábanas de cualquier burdel. Que nos den paz y serenidad mientras nos rendimos sin pelear al recuerdo de la niñez, a la añoranza de los besos y de los abrazos que eran de verdad, cuando creíamos que todo era de verdad.
La paz y la serenidad como forma de vida es un fraude. La paz y la serenidad son reales, pero solo si aparecen de vez en cuando.
  Si eliges la revolución ya no hay marcha atrás. Si decides no acomodarte y pelear la vida se vuelve demasiado dura, pero a la vez, es tu cuerpo y tu alma los que te gritan que merece la pena.
Por eso a los piratas nos encantan los temporales. Nos empujan a seguir. Nos ayudan a no olvidar lo que significa nuestra bandera, lo que significa no conformarse. La lucha y la revolución marcan el rumbo de nuestras vidas.
       Cuando aparece la tempestad, tenemos que levantarnos para pelear contra ella. Y al levantarnos, cada uno de nosotros recuerda el motivo de su propia insurrección, de su propia guerra contra sus propias tormentas. Y en esos momentos, el mundo tiene sentido.



miércoles, 24 de septiembre de 2014

Imprescindibles



        Introducción
En esta parte del mundo, donde hacemos imprescindibles cosas que en otros lugares no tendrían ninguna importancia, me he dado cuenta de las grandes carencias que tenemos y de lo poco conscientes que somos de ello casi siempre.
Cientos de objetos que nosotros hemos convertido en cotidianos, nos rodean sin que nadie se haya preocupado por crear unas guías con las instrucciones necesarias para su adecuado manejo. En la gran mayoría de los casos, no es necesaria una gran preparación ni física ni mental para conseguir sacarles el mejor provecho, pero yo soy de las que creen que cuando hacemos algo, es mejor hacerlo bien; sobre todo si lo llevamos a cabo tan a menudo como las actividades de las que van a tratar estas publicaciones. Así, para todos y porque me parece una gran idea, he empezado a dedicar mi tiempo libre a la elaboración de folletos con explicaciones claras para la manipulación de objetos que han pasado a formar parte de nuestra vida diaria.

Fascículo 1
Mi primer manual de instrucciones, nos adentra en el conocimiento de algo que realizamos cualquiera que sea nuestra edad, nuestro sexo, nuestra religión, nuestro nivel económico, nuestra cultura o nuestra raza.
Es incuestionable que por placer o por necesidad, por comodidad o porque no tengamos otras opciones, por nuestro gusto o por el de la persona que está a nuestro lado... Pero el caso es que todos y cada uno de nosotros, con mayor o menor frecuencia y con más estilo o con menos, necesitamos inevitablemente en algún momento de nuestra vida ponernos una camiseta.
Aunque parezca imposible, en la bibliografía que he consultado, no existía ninguna reseña que hablara de como hacerlo. Pero ahora, aquí está:

Paso 1º.- Ante todo, y esto por mucho que quisiéramos sería absolutamente insustituible, necesitamos contar con una camiseta.
Como mi deseo es hacer de este folleto algo simple y al alcance de todos, no voy a entrar en el problema que acarrearía la elección del color, de la talla o del diseño según el resto de la ropa que tengamos puesta, según el tono de nuestros ojos o de nuestro pelo, o según los kilos que nos sobren o que nos falten. Tampoco me quiero parar en las marcas, ya que todos los estudios sobre el tema que he realizado me han confirmado que las camisetas de los grandes modistos, se ponen de una manera idéntica a las camisetas de los mercadillos de cualquier barrio pequeño.

Paso 2º.- Una vez localizada la camiseta que cada uno prefiera, la cogemos con las dos manos intentando que el agujero mayor quede hacia abajo y la parte trasera hacia nosotros. Después solo nos queda, y esto es importante, elevarla por encima de nuestra cabeza. 
En este punto, echo de menos tener diapositivas, fotos o al menos algún dibujo con imágenes aclaratorias, ya que este es sin duda uno de los momentos primordiales del proceso. Tan importante me parece, que pediría a mis lectores que no innovaran en este paso. Intentar meter la camiseta por alguna otra parte de nuestro cuerpo resultaría tremendamente complicado, e incluso, dependiendo de las facultades físicas de la persona que lo probara, hasta bastante peligroso. 

Paso 3º.- Una vez extendida la camiseta sobre nosotros, la bajaremos con cuidado hasta que rodee nuestro cuello. Para ello debemos elegir el orificio más grande de los tres que permanecen libres, hasta asomar con cuidado nuestra cara por él. Esta elección no resulta difícil porque, salvo muy raras excepciones, suele ser el único por el que nos cabe sin apuros la cabeza.

Paso 4º.- Introducir ambas manos por los dos agujeros que aún quedan desocupados . La única dificultad que entraña esta fase está en las distintas longitudes de mangas que nos podemos encontrar. Pero, como ya he dicho que prefiero simplificar estas instrucciones, solamente diré que estiremos los brazos hasta que nuestros dedos asomen por el final de la tela, y la propia intuición nos dirá cuando habremos finalizado el proceso.

Paso 5º.- Colocar bien la camiseta, extendiéndola con las manos hasta acomodarla con toda la gracia que nuestro tiempo y que nuestro cuerpo nos permita.
Es justo aclarar, que este quinto paso es opcional solamente para los más estilosos y para los que quieran conseguir una mayor elegancia. Aunque mi consejo al respecto, una vez documentada, es que normalmente os merecerá la pena.

Espero vuestros comentarios o dudas sobre estas técnicas, así como cualquier idea para los futuras guías del buen uso de los objetos que nos rodean.
Muchas veces no somos conscientes de tantas actividades como hacemos bien a diario, y necesitamos un manual de instrucciones que nos ayude a valorarlo, a respetarnos y a sentirnos orgullosos de todas esas sencillas e importantes metas que conseguimos cada día y de como nuestras pequeñas cosas cotidianas nos hacen importantes.

Fascículo 2 Próximamente en su librería. 




jueves, 18 de septiembre de 2014

Una Persona Normal




Aunque en algunos momentos de mi vida me haya dado coraje, tengo que reconocer, que nunca he sido ni guapa ni fea, ni gorda ni flaca, ni alta ni baja. Incluso, desde hace algún tiempo, tampoco soy ya ni joven ni vieja. 
Esto no lo digo porque sí, lo digo para que todos sepan que no hay nada extraordinario en mi aspecto y que simplemente soy, lo que todos llamarían, una persona normal.
Dicho esto, ya puedo contaros algo que me ha pasado recientemente.
Hace cinco meses y medio fue mi cumpleaños y mi hermano me regalo un gorro de lana de color rojo oscuro, con forma de bombín de los del alita para arriba. Yo nunca había visto uno así hecho de punto, y me encantó. Me dijo que lo había comprado en su último viaje, a una señora de piel muy morena, con el pelo blanco y los ojos brillantes que se le acercó con la misma intriga y la misma complicidad de un amigo cuando te cuenta un secreto, y con las mismas ganas de camelar de las mujeres que quieren venderte romero y buena suerte por la alameda. Ella le aseguró que era un sombrero mágico, que lo había hecho con sus manos y con la lana de sus ovejas y que tenía unos poderes ocultos que no podía desvelar. Mi hermano, por supuesto que no creyó ni una palabra, pero entre que aquella manera de vender le pareció muy divertida, y que siempre dice que a mí me gusta todo lo que es un poco raro, que me fascina lo que es bastante raro y que me maravilla lo que es tan raro que ya no se sabe ni lo que es... Lo compró para mí.



Acababa de comerme un potajito de lentejas con su morcillita y todo, la primera vez que salí de casa con mi precioso gorro de lana de color rojo oscuro, redondo como un bombín y con las alitas para arriba.

Nada más pisar la calle me sorprendió que todo el mundo me saludara sonriendo. Los vecinos hablaban conmigo mostrando interés por lo que yo pudiera decirles. Unos niños que jugaban delante de mi portal, me echaron la pelota como si yo tuviera la menor pinta de futbolera, y hasta los coches se paraban para que cruzara sin que hubiera ni semáforo, ni paso de cebra, ni nada de nada.  
No se por qué asociaría esto a mi sombrero, pero lo hice y me asusté.
Me fuí a casa. Me quite mi precioso gorrito rojo y me tumbé en el sofá. Puse la tele que siempre me quita las ganas de pensar, y decidí no darle importancia a lo que acababa de pasarme
Sin embargo, tardé casi un mes en volver a ponerme mi regalo para salir a la calle. Me lo colocaba de vez en cuando delante del espejo y, aparte de ser lo primero que me ponía en la cabeza sin verme horrorosa, no notaba ninguna otra sensación.
Por fin una tarde, después de comerme una palmera de chocolate que siempre me da muchas ganas de tirar hacia adelante, me puse mi sombrero y me fui a pasear. Hablé con todo el que me cruzaba, me enteré de muchas cosas de la vida de personas que hasta entonces únicamente conocía de vista. La gente se mostraba feliz con solo estar charlando conmigo , y mi barrio me pareció mi barrio por primera vez. Ya casi estaba anocheciendo cuando volví a casa segura de que mi precioso gorro de lana de color rojo oscuro y con forma de bombín, iba a cambiarme la vida.
Me quité mi sombrero y me tumbé en el sofá a escuchar jazz. Solo quería tener paz y poder pensar tranquilamente en todo lo que estaba viviendo. Para cuando las notas de la trompeta de Louis Amstrong recorrieron el salón, mis miedos ya habían desaparecido.


Aunque en otros momentos, también me haya dado coraje de esto, la verdad es que nunca he sido una mujer muy ligona. Primero, porque ya he dicho que no soy ni guapa ni fea y segundo, porque tampoco he puesto yo demasiado interés. Pero claro, entre todas las personas que se me acercaban, también había chicos guapísimos con muchas ganas de arrimarse a mí. Así que empecé a disfrutar de los novios más atractivos del mundo. Yo me ponía mi precioso gorrito y lo primero que pillaba en el armario y hombres espectaculares se peleaban por seducirme. Hombres que no conocía de nada me miraban con ese embelesamiento que, una persona corriente como yo, solo podía ver en los ojos de alguien muy enamorado... Tengo claro que esta es una de las cosas que más voy a echar de menos.

Ser el centro de atención de mi mundo, tenía sus inconvenientes. Pero yo, que siempre había pasado desapercibida, de repente sabía lo que significaba ser popular. Y para mí, durante algún tiempo, sin duda que mereció la pena.


Pasé casi cinco meses, viviendo mi nueva vida y sin pensar demasiado. Hasta que una mañana de domingo, de hace poco más de dos semanas, mi madre vino a casa temprano. Traía un periódico abierto en una mano, unos cuantos doblados en la otra y la respiración más rápida que yo nunca había visto en ella.

Mi foto aparecía en la portada del diario más importante de la provincia y, ni entonces ni ahora, puedo expresar lo que sentí. Lo que si sé, es como la perplejidad al principio, el orgullo por un momento y el rechazo después, se me mezclaban con la idea mucho más clara y mucho más fuerte, de no saber lo que estaba pasando.
Al día siguiente, aún no había terminado de tomarme el café, cuando sonó el teléfono.
El secretario del presidente de no se que multinacional me llamó. Por supuesto, colgué alucinada. Me tumbé en el sofá, encendí la tele y subí el volumen. Pero el teléfono volvió a sonar.
— Buenos días. No me cuelgue. Solo queremos hablar con usted. Le pongo con el presidente
Me aparté el auricular. Quité la tele. Intenté respirar tranquila. Me acerqué el teléfono y escuché. Quedé para por la tarde.
Necesité meterme en la ducha y ponerme a la Callas cantando bajito para reaccionar. Llevaba algún tiempo convencida de que mi precioso gorrito de lana, redondo y de color rojo oscuro era indudablemente mágico. Pero en aquel momento, mientras el agua tibia y el jabón resbalaban por mi cuerpo, fui consciente por primera vez de que mi precioso gorrito de lana, redondo y de color rojo oscuro, también era indudablemente peligroso.
Me hice una ensalada de atún, y un bocadillo de queso con tomate que no pude terminarme. Me vestí con unos vaqueros y una camiseta —a fin de cuentas ya nadie se fijaba en mi ropa—, me coloqué mi sombrero y me fui a coger el tren de las cinco. A las siete y media entraba en la central.
Todos vinieron a saludarme, por cada puerta asomaba alguien para darme la mano. Todos me sonrieron y todos parecían emocionados al verme. Tardé casi una hora en llegar al despacho más enorme y con la mesa más grande y más fea que yo nunca había visto, pero tardé menos de veinte minutos en salir de allí.
        Me quité mi gorrito de lana rojo, pero mi cabeza ahora estaba llena de proposiciones, de ansiedad, de euforia y de dudas. Las palabras anuncios, televisión, vallas publicitarias, ruedas de prensa, conferencias y cantidades de dinero con las que me era imposible dejar de fantasear, flotaban en mi cabeza como rótulos de neón mientras abandonaba aquél edificio.
En el tren de vuelta, las luces de las farolas y de las estrellas que aparecían por mi ventanilla, me mareaban y me despejaban a la vez. Pensamientos de color gris y de color naranja se entremezclaban y cambiaban constantemente mis sensaciones
La idea de que cosas insignificantes que no deberían importarnos sean capaces de arrastrarnos sin que nos enteremos siquiera, y la impresión de convertirnos en marionetas movidas por ridículos hilos tan fácilmente, me inquietaba más que nunca. Ahora todo se había hecho más evidente para mí. Ahora tenía algo mullido, suave y de color rojo entre mis manos, que me hacía tocar estas reflexiones de una manera absolutamente real.

Al llegar a casa me tumbé en el sofá y puse la tele a todo volumen para no seguir dándole vueltas a la cabeza, pero no lo conseguí. La apagué y dejé que los beatles me acompañaran en mi sillón.

La inquietud, las preocupaciones y los cambios de humor, fueron mis compañeros de piso en los días siguientes. Si seguía adelante conseguiría muchas cosas, y algunas de ellas geniales —a esas alturas ya tenía claro que la famosa erótica del poder era tan real como mi sombrero—, pero también me iba a meter en un mundo de manipulación del que, además, solo yo sería consciente. Y este solo yo, era lo peor de todo. Sin duda que ese fue el momento en que, para mí, todo aquello dejó de merecer la pena.
Cuando estamos dentro del engranaje del mundo es mucho más fácil ser feliz, que cuando nos damos cuenta de los tornillos que andan sueltos en esta maquinaria ruidosa que formamos entre todos. Y yo no quería ser la única que viera esos tornillos.


Consciente de estar apostando por mi vuelta a la mediocridad, estoy ahora mismo en el aeropuerto. Tengo en una mano mi precioso gorro de lana redondo y de color rojo oscuro, con forma de bombín de los del alita para arriba, y en la otra un billete de avión y una maleta pequeña.
Siempre he querido viajar lejos y ahora especialmente a un lugar que mi hermano ha necesitado varios mapas y mucha paciencia para explicarme donde está.
Espero que no se enfade conmigo porque vaya a devolver su regalo.
Y espero que a la señora de piel muy morena, con el pelo blanco y los ojos brillantes, no le importe demasiado que se me haya perdido la bolsa y el tique.





miércoles, 6 de agosto de 2014

Mejor Verde





Hace treinta años que no me como una manzana.
A mucha gente le pasa lo mismo. Incluso, algunos llevan cuarenta años sin comerse una manzana.
En todo esto no hay nada raro. 
Seguro que hay quién nunca se ha comido una manzana, y quién no tiene ni idea de lo que son las manzanas.
Yo si, y también sé a que saben las manzanas.
Está claro que estas cosas, a mi no me preocupan.



Pero, ¿y si hace treinta años que no deseo nada tanto, cómo me apetece ahora mismo comerme una manzana?
Esto ya sí que me pone nerviosa. Es algo bastante extraño pero, sobre todo, es algo enormemente triste.
¡Cómo he podido pasar tanto tiempo sin muchas ganas de nada! Y, lo peor, ¡como no lo he echado de menos!
 
          Me voy ahora mismo a buscar una manzana.
La quiero verde y ácida. Las amarillas o las rojas nunca me han gustado.
Estoy deseando tenerla aquí. Estoy deseando mirarla. Estoy deseando olerla. Estoy deseando saborearla. Estoy deseando comérmela muy poco a poco.
¡Ufff! ¿Por qué no siento lo mismo cuando pienso en mi novio?

Lo único malo de comerme mi manzana ya, es que me arriesgo a pasar otros treinta años sin ningún sueño especial. Me parece que será mejor esperar hasta descubrir por lo menos otra cosa que me entusiasme también.

          Con el trabajo que me ha costado encontrar algo que quiero... A ver como, me como yo ahora mi ilusión.  
          ¡Que complicado resulta a veces sentir!

Me voy a por mi manzana verde. La buscaré grande y brillante. Y la pondré junto a la tele del salón.
          Así no se me olvidará nunca, que tengo algo que me apasiona. Así no se me olvidará nunca, que tengo algo importante que hacer. Y así no se me olvidará nunca seguir buscando cosas, o personas, o sentimientos o lo que sea que me emocione...
          Porque ahora ya sé que existen.





domingo, 27 de julio de 2014

Solo De Vez En Cuando




     
        ¡Nunca se hubiese visto semejante disparate! Gritó mi abuela cuando le dije que me gustaban los hombres.

      Hasta hace poco, mi pueblo era un pueblo normal. Con sus costumbres típicas, y sus manías tradicionales… La única diferencia estaba, en que aquí, algunas de esas rutinas, tenían un aspecto un poco diferente a las de otros lugares.

      Ya hace más de 100 años, que parece ser que mis paisanos —igual que en todas partes—, no paraban de darle vueltas a la cabeza para cualquier cosa. Unas veces querían algo, otras lo contrario. De repente les entraban las dudas… En fin, que casi nunca estaban tranquilos.

         Pero una tarde, nuestro alcalde de entonces, en una de sus siestas legendarias, soñó que las preocupaciones y las incertidumbres desaparecían para siempre de la comarca. Aquél sueño le impresionó tanto, que esa misma noche, convocó al médico, al maestro y al cura… Y no pararon de beber vino y de tomar carajillos, hasta que encontraron una solución perfecta, que les encantó.


 



      Cada familia tendría su personalidad, sus gustos y su manera de vivir —como debe ser—... Solo, que en vez de buscar todo esto a fuerza de noches sin dormir, y de días llenos de consideraciones y de preguntas sobre la vida… lo encontrarían por medio de un sorteo —por supuesto—, respetuoso y justo.     

          Y así, de esta manera tan sencilla, sin tener ya nada por decidir y con todo muy claro, la serenidad llegó a mi ciudad.

      A mi familia nos tocó ser los homosexuales del pueblo. Y nosotros encantados. Sobre todo ahora mi hermano y yo, porque la familia de los intolerantes lo son mucho menos en esta época que lo fueron con nuestros antepasados.     

        Pero… Cuando ya llevábamos más de un siglo de paz y armonía, entre mis paisanos y entre mis parientes, aquella camioneta roja y llena de polvo, apareció por la plaza de mi pueblo…     

        Un chico, con los mismos hombros, con el mismo pecho y con la misma boca, que los que salen en la tele, anunciando esas milagrosas colonias de hombre tan increíbles… se bajo de ella. Preguntó algo por allí, se volvió a subir, y se alejó. Simplemente, se había equivocado de camino, pero así de simplemente, puso en un segundo todo mi mundo patas arriba.

      ¡Nunca se hubiese visto semejante disparate! Gritó mi abuela. Y ahora, con que cara le digo yo a los vecinos que me ha salido una nieta heterosexual.

      Pero lo malo no fue eso. El jaleo vino después. Cuando, igual que me pasó a mí, la gente empezó a cuestionarse su forma de vida apacible y concertada. Cuando volvieron las vueltas a la cabeza y las dudas. Y cuando llegaron también, las ilusiones, la curiosidad y otra esperanza.     

       Y así, de esta manera tan sencilla, regresaron a mi pueblo las emociones, las inquietudes y los sueños. Y ahora —igual que en todas partes—, volvemos a tener paz y serenidad... solo de vez en cuando.