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jueves, 25 de septiembre de 2014

Bandera Negra




Y ahora volvemos a tener paz y serenidad, solo de vez en cuando. Llevábamos demasiado tiempo sin rayos, ni truenos, ni olas, ni vientos ni nada de nada. Nuestra bandera negra caía tan lánguidamente pegada al mástil, que las tibias y la calavera parecían más unos lunares mal puestos, que el emblema de nuestra manera de vivir. Pero al fin las nubes aparecen por el horizonte, y ahora volveremos a tener paz y serenidad, solo de vez en cuando.

 
        Hay quién apuesta por la tranquilidad a cualquier precio. Nosotros elegimos la revolución. Aunque el precio que pagamos por ello, siempre es el mayor de todos.
Los tiempos de paz no existen, simplemente son una ilusión con la que algunos idiotas convencen a algunos optimistas locos.
A nosotros que nos den paz y serenidad cuando volvemos de tierra con las calenturas calmadas y la bolsa vacía, cuando necesitamos recobrar las fuerzas que nos hemos dejado entre las sábanas de cualquier burdel. Que nos den paz y serenidad mientras nos rendimos sin pelear al recuerdo de la niñez, a la añoranza de los besos y de los abrazos que eran de verdad, cuando creíamos que todo era de verdad.
La paz y la serenidad como forma de vida es un fraude. La paz y la serenidad son reales, pero solo si aparecen de vez en cuando.
  Si eliges la revolución ya no hay marcha atrás. Si decides no acomodarte y pelear la vida se vuelve demasiado dura, pero a la vez, es tu cuerpo y tu alma los que te gritan que merece la pena.
Por eso a los piratas nos encantan los temporales. Nos empujan a seguir. Nos ayudan a no olvidar lo que significa nuestra bandera, lo que significa no conformarse. La lucha y la revolución marcan el rumbo de nuestras vidas.
       Cuando aparece la tempestad, tenemos que levantarnos para pelear contra ella. Y al levantarnos, cada uno de nosotros recuerda el motivo de su propia insurrección, de su propia guerra contra sus propias tormentas. Y en esos momentos, el mundo tiene sentido.



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