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domingo, 11 de septiembre de 2016

Esa Certeza Tan Poco Frecuente




Tenía el pelo rubio y los brazos del Thor de las películas.
Sonreía sin mirar a nadie de verdad. Con ese desdén de los que nunca han tenido que preocuparse de hacer algo para que les vean.
A veces desaparecía entre la gente que se cruzaba ante él, y luego asomaba de repente, como si no pudiera aguantarse las ganas de que yo le encontrara.

De vez en cuando voy a los bares. Siempre con alguien. Siempre para charlar, y siempre viéndolo todo desde fuera.... Algunas veces me fijo en alguien. Algunas se fijan en mí. Muy pocas nos fijamos los dos… Pero aquella noche, era él quién estaba allí… y eso hizo que todo fuese distinto.


La mesa en la que apoyaba su cerveza le tapaba casi completamente, y la intermitencia con la que nos podíamos ver, era de esa clase de “ahora sí y ahora no”, que le mete morbo a las cosas.

Yo creo que siempre he sido muy disimulada, para que los hombres que me parecen interesantes de repente, no lo sepan tan pronto. Pero supongo, que ese día se me olvidó camuflarme bien, porque el chico que acababa de fascinarme me saludó con la mano, me sonrió, y movió su cabeza como diciendo: Sé que te gusto...



Cuando tienes más años de los que cualquiera pensaría que son los normales para vivir esta clase de historias.
Cuando has vivido muchas veces, que un hombre te mire como miran los hombres.
Cuando ya no te impresionan tanto los chicos guapos y estupendos, solo por ser guapos y estupendos…
Entonces… Quizás no sabes, si la persona que miras puede ser única. Quizás no sabes, si esa persona siente algo parecido a lo que sientes tú. Pero sí sabes, que lo que sientes es especial. Y entonces… aparece esa certeza tan poco frecuente, que te dice que lo que estás viviendo es diferente.

Me levanté de mi sillón. Él me miraba. Me mezclé con la gente que se cruzaba entre los dos. Él me miraba. Me acerqué. Él me miraba…
Extendió sus brazos hacía mí. Él me miraba. Cogí sus manos con muchas ganas. Él me miraba. Tiró de mí hacia él. Ya no me miraba. Nuestros labios se unieron sin planearlo. Ya no me miraba…

Cuando fuimos capaces de abrir los ojos, señalo hacia donde estaba sentado. Cuero marrón y mullido. Una mochila con muchos bolsillos, colgada en una especie de manilla a la altura de sus hombros. Dos ruedas grandes que parecían las de una bicicleta de carreras. Unos pedales planos y plateados, donde se apoyaban unos botines de ante que estaban quietos…

Hay seguridades tan seguras, que no pueden ocurrir más que unas pocas veces en la vida. Sería una estupidez dejarlas pasar porque algo no sea perfecto.


Aquella noche conocí el amor incondicional. El amor que no necesita ser impecable para ser grandioso. Y, además de todo esto… me ligué para siempre, a un hombre con los brazos de Thor.






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