Tenía el pelo rubio y los brazos del Thor de las
películas.
Sonreía sin mirar a nadie de verdad. Con ese desdén
de los que nunca han tenido que preocuparse de hacer algo para que les vean.
A veces desaparecía entre la gente que se cruzaba
ante él, y luego asomaba de repente, como si no pudiera aguantarse las ganas de
que yo le encontrara.
De vez en cuando voy a los bares. Siempre con
alguien. Siempre para charlar, y siempre viéndolo todo desde fuera.... Algunas
veces me fijo en alguien. Algunas se fijan en mí. Muy pocas nos fijamos los
dos… Pero aquella noche, era él quién estaba allí… y eso hizo que todo fuese distinto.
La mesa en la que apoyaba su cerveza le tapaba casi
completamente, y la intermitencia con la que nos podíamos ver, era de esa clase
de “ahora sí y ahora no”, que le mete morbo a las cosas.
Yo creo que siempre he sido muy disimulada, para que
los hombres que me parecen interesantes de repente, no lo sepan tan pronto.
Pero supongo, que ese día se me olvidó camuflarme bien, porque el chico que
acababa de fascinarme me saludó con la mano, me sonrió, y movió su cabeza como
diciendo: Sé que te gusto...
Cuando tienes más años de los que cualquiera
pensaría que son los normales para vivir esta clase de historias.
Cuando has vivido muchas veces, que un hombre te
mire como miran los hombres.
Cuando ya no te impresionan tanto los chicos guapos
y estupendos, solo por ser guapos y estupendos…
Entonces… Quizás no sabes, si la persona que miras
puede ser única. Quizás no sabes, si esa persona siente algo parecido a lo que sientes tú. Pero sí sabes, que lo que sientes es especial. Y entonces… aparece esa certeza tan poco frecuente, que te dice que lo que estás viviendo es diferente.
Me levanté de mi sillón. Él me miraba. Me mezclé con
la gente que se cruzaba entre los dos. Él me miraba. Me acerqué. Él me miraba…
Extendió sus brazos hacía mí. Él me miraba. Cogí sus
manos con muchas ganas. Él me miraba. Tiró de mí hacia él. Ya no me miraba.
Nuestros labios se unieron sin planearlo. Ya no me miraba…
Cuando fuimos capaces de abrir los ojos, señalo
hacia donde estaba sentado. Cuero marrón y mullido. Una mochila con muchos
bolsillos, colgada en una especie de manilla a la altura de sus hombros. Dos
ruedas grandes que parecían las de una bicicleta de carreras. Unos pedales
planos y plateados, donde se apoyaban unos botines de ante que estaban quietos…
Hay seguridades tan seguras, que no pueden ocurrir
más que unas pocas veces en la vida. Sería una estupidez dejarlas pasar porque
algo no sea perfecto.
Aquella noche conocí el amor incondicional. El amor
que no necesita ser impecable para ser grandioso. Y, además de todo esto… me
ligué para siempre, a un hombre con los brazos de Thor.