El timbre de mi casa suena solo un
segundo, cómo si no quisiera molestar.
El corazón me palpita zarandeándome
el pecho.
Las piernas me tiemblan tanto, que no
estoy seguro de poder llegar hasta la entrada sin caerme.
Abro la puerta. Unos ojos brillando
de picardía, se asoman tras los reflejos de una botella de vino.
Ella me coge la mano con seguridad. Entiende
que no sé que hacer, y me sonríe. Sus labios se acercan a mi boca.
Nos besamos. Nuestras lenguas se
rozan por un momento… Solo por un momento.
Mis nervios se van, y algún
cosquilleo distinto y tranquilo me aparece.
Hay una mesa. Hay una rosa. Hay velas
encendidas. Hay platos adornados con comida, y hay dos copas grandes y vacías
que estamos a punto de llenar…
La música de jazz lo envuelve todo.
Ella pasea entre las sillas, y parece
que planchara hacendosamente el mantel. Juguetea con los bordados. Creo que es
su señal para que vaya hacia ella.
Voy hacia ella…
La rodeo por detrás. Alcanzo el
sacacorchos, y me pego a su espalda. Luego, me pego un poco más. Y luego más y
más, con cada vuelta que da mi mano abriendo la botella…
Ella sirve una copa. Deja otra a la
mitad.
Empieza a derramar gotas por su
escote…
Chispas de color rojo oscuro se
deslizan desde su cuello hasta perderse dentro de su vestido. Chispas que me
atrapan. Chispas que no puedo dejar de mirar.
Me excita imaginar su recorrido. Me
provoca pensar en seguirlas a donde vayan.
Otra vez voy hacia ella. Me gusta
como juega a su antojo conmigo.
Brindamos por nosotros. No hay nadie
más.
Me acaricia como si no pudiese
aguantar la pasión. Me mira, como si su mirada fuese toda para mí.
Nuestras lenguas al fin se enredan. Al
fin se enredan mucho. Recorren los rincones de nuestras bocas. Recorren todos los
rincones…
Yo remojo mi calor en vino tinto.
Ella remoja su trabajo.
Me gustaría que la cena tuviese que
esperar. No porque acabara nuestro tiempo concertado, sino porque sus ganas la
empujaran a asaltarme sin paciencia.
Ella ve la rosa. Yo veo que le gusta.
La coge, y toca muy despacio mi cara con ella. Respira su aroma, cierra los
ojos, y me besa en la mejilla. —Me parece que ese es un beso de verdad—.
Después, sigue besándome como antes…
Hacía mucho que no tenía una cita
así. Una cita con una desconocida… Una cita donde todo es como si fuera diferente.
—Quizás es que todo es, auténticamente, diferente—.
Cenamos. Acabamos el vino. Las velas
se van consumiendo. Nos reímos. Parece contenta…
Ropa de mujer empieza a esparcirse
por mi suelo. Vuelve a encenderme con el simple contoneo de sus hombros.
Coge el bolso. Saca un montón de preservativos
en paquetitos de colores, y me da a elegir. Recuerdo una escena casi igual en Pretty Woman, y pienso que ella se da un aire a Julia Roberts cuando se
quita esa peluca rubia tan espectacular. También pienso que yo no
me parezco en nada a Richard Gere…
Los elijo todos. Esparzo por la cama un puñado de sobrecitos multicolor. —Y luego
ya veremos—… Ella sonríe.
Sábanas empapadas en sudor y deseos,
empiezan a revolverse por mi habitación.
Saxos, pianos y baterías retumban por
las paredes, aunque se oigan muy poco y muy a lo lejos.
Estallidos que tenía olvidados me
redoblan por dentro.
Y, casi me estremezco…
Yo quiero estar aquí.
Yo quiero estar aquí.
Yo quiero estar aquí.
Cuando se va, me acuerdo de que no me
ha preguntado mi nombre. Y —aunque sea una tontería— eso sí que lo echo de
menos...
Ufff, jajaja.
ResponderEliminarDecididamente, estos relatos enganchan.
Jajaja Gracias Pepe
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