La vergüenza tiene mala memoria, y por eso siempre
volvemos.
Volvemos a cometer los mismos errores mil veces
porque a la vergüenza de la torpeza se le olvida lo que aprende… Volvemos a
permitir que nos hagan sufrir… Volvemos a hacer daño...
La poca vergüenza no solo tiene mala memoria, sino
que tiene la peor memoria del mundo… Y volvemos a olvidar con una facilidad
prodigiosa lo que nos da la gana.
Pero también tiene mala memoria otra clase de
vergüenza. La vergüenza de la timidez. La vergüenza del sonrojo. La vergüenza
del ¡Ay… Que vergüenza!
Así que, con esta vergüenza también volvemos…
Volvemos a ruborizarnos como antes. Volvemos a ponernos nerviosos cuando nos
habla alguien que nos gusta de esa manera distinta que todos conocemos. Volvemos a sentir cosquillas por el
pecho. Volvemos a intentar disimularlas porque nos da vergüenza...
Y entonces —algunas veces y por un momento—,
volvemos a hacer tonterías de esas tan
tontas que hacíamos con los chicos y con las chicas de veinte años… Y que luego
hicimos con los de treinta… Y que hace poco hemos hecho con los de cuarenta…
Y, cómo ahora esas tonterías tan tontas nos siguen
entrando con los de cincuenta, ya no debemos dudar, que esta clase
de vergüenza también tiene mala memoria…
Con todo esto, podemos adivinar, que van a
seguir pareciéndonos guapos esos chicos y chicas de sesenta, de setenta, de
ochenta o de noventa que conocemos o que nos quedan por conocer. Y ahora
sabemos que muchos de ellos nos resultarán muy atractivos. Así que ya está
claro, que con alguno volveremos a hacer tonterías de esas tan tontas…
Porque, por suerte, la vergüenza de las emociones... También tiene mala
memoria.
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