Vacía Tus Maletas . . . Y Vámonos De Viaje

jueves, 29 de octubre de 2015

Y Le Ponemos La Mantequilla





Dormía en el sofá del salón. Sus curvas me transmitían una serenidad, que si no fuese una mujer me habría sido imposible percibir. Su pelo castaño le caía sobre la cara dejando que un mechón rozara sus labios. Esos labios que tantos cuerpos habían recorrido, que tantas bocas habían besado… Esos labios que tan minuciosamente me habían descrito tantos días de pasión —con esa clase de ardor—, que sólo una mujer que se sintiera fantásticamente bien follada, podía trasmitir.
Sus poros se abrían de par en par y su piel se erizaba de una manera totalmente perceptible cada vez que recordaba a sus amantes. Hablaba de cada uno como si fuera único. El único amor de su vida… El único amor de su vida por esa noche. Se revolucionaba su respiración mientras me contaba lo que sentía con el contacto de su boca, mientras me describía su cara, sus hombros, sus manos, su pecho, su cuerpo… Impetuosamente todo su cuerpo. Volvía a excitarse con solo recordar a esos hombres que habían sido su vida entera, durante unas horas.
Me acerqué a su lado y me sorprendió notarla cansada. Nunca había pensado que pudiera ser frágil alguna vez.
No se si notó mi presencia, o si fue una de esas casualidades de las que habla la gente, pero en ese momento se despertó.

—Buenos días.
—Hola. Ummmm. ¡Que sueño! ¿Hace mucho que estás despierta?
—Un ratillo. Voy a preparar café.
—Al final me quedé frita en el sofá.
—Yo también. Me parece que nos dormimos hablando.
—¡Que bien lo pasamos anoche! Y que sinvergüenzas que son los hombres… Y que guapos algunos… Y cómo nos reímos…
—Es verdad. Cada día me divierten más esos juegos de seducción. Pero si me parece que voy a aprender y todo... Y esas caritas que ponen —cuando nos miran como miran los hombres—… ¡Me encanta!
—Esas caritas y esos cuerpecitos. Que no veas algunos… ¡Ufff! Me pongo hasta nerviosa al acordarme.
—Hace un rato he estado pensando en lo espontaneo que te sale todo éste juego. En lo natural que haces que resulte ponerle morbo a cualquier tontería.
—Pues yo anoche te estuve observando un rato, mientras hablabas con ese chico rubio tan alto, y me di cuenta de lo tranquila y de lo bien que se te ve ahora. ¿Te acuerdas de cuando no podías ni hablar con nadie del género masculino? ¿Y de cuando empezaste a salir por las noches? ¿Y de ese pavo que te entraba siempre?
—¡Cómo se me va a olvidar! Sobre todo por lo que te reías tú a mí costa... Pero, si no sabía ni cómo ponerme cuando estaba cerca de la barra de un bar. No se me ocurría ninguna manera que me gustara para poner las manos, ni para colocar las piernas. Pero si en cuanto me miraba un chico, me daba la vuelta…
—Bueno, eso pasó y ya no te cortas por bobadas viejas. Ya no te preocupas de lo que pueda creer nadie. Simplemente haces lo que te sale hacer… Sin más historias.
—Mis peleas de siempre contra mi timidez. Tú lo sabes bien… Pero esas batallitas ya las voy ganando de vez en cuando. Ya mismo seré la mujer más espontanea del mundo… ¿Y sabes de lo que tengo ahora unas ganas enormemente espontaneas y arrebatadoras?
—No me digas que tenemos que llamar a algún amigo a estas horas tan tempranas…
—No. Tengo unas ganas enormemente espontaneas y arrebatadoras… De un café gigante.
—¡Ah, vale! Yo también. Pon la cafetera, que voy preparando las tostadas.
—Perfecto. Encendemos el fuego… Las calentamos... Y luego, les ponemos la mantequilla…






domingo, 4 de octubre de 2015

La Mala Memoria De La Vergüenza





La vergüenza tiene mala memoria, y por eso siempre volvemos.

Volvemos a cometer los mismos errores mil veces porque a la vergüenza de la torpeza se le olvida lo que aprende… Volvemos a permitir que nos hagan sufrir… Volvemos a hacer daño...

La poca vergüenza no solo tiene mala memoria, sino que tiene la peor memoria del mundo… Y volvemos a olvidar con una facilidad prodigiosa lo que nos da la gana.

Pero también tiene mala memoria otra clase de vergüenza. La vergüenza de la timidez. La vergüenza del sonrojo. La vergüenza del ¡Ay… Que vergüenza!
Así que, con esta vergüenza también volvemos… Volvemos a ruborizarnos como antes. Volvemos a ponernos nerviosos cuando nos habla alguien que nos gusta de esa manera distinta que todos conocemos. Volvemos a sentir cosquillas por el pecho. Volvemos a intentar disimularlas porque nos da vergüenza...

Y entonces —algunas veces y por un momento—, volvemos  a hacer tonterías de esas tan tontas que hacíamos con los chicos y con las chicas de veinte años… Y que luego hicimos con los de treinta… Y que hace poco hemos hecho con los de cuarenta…
Y, cómo ahora esas tonterías tan tontas nos siguen entrando con los de cincuenta, ya no debemos dudar, que esta clase de vergüenza también tiene mala memoria…
Con todo esto, podemos adivinar, que van a seguir pareciéndonos guapos esos chicos y chicas de sesenta, de setenta, de ochenta o de noventa que conocemos o que nos quedan por conocer. Y ahora sabemos que muchos de ellos nos resultarán muy atractivos. Así que ya está claro, que con alguno volveremos a hacer tonterías de esas tan tontas… Porque, por suerte, la vergüenza de las emociones... También tiene mala memoria.