Dormía en
el sofá del salón. Sus curvas me transmitían una serenidad, que si no fuese una
mujer me habría sido imposible percibir. Su pelo castaño le caía sobre la cara
dejando que un mechón rozara sus labios. Esos labios que tantos cuerpos habían
recorrido, que tantas bocas habían besado… Esos labios que tan minuciosamente
me habían descrito tantos días de pasión —con esa clase de ardor—, que sólo una
mujer que se sintiera fantásticamente bien follada, podía trasmitir.
Sus poros
se abrían de par en par y su piel se erizaba de una manera totalmente perceptible
cada vez que recordaba a sus amantes. Hablaba de cada uno como si fuera único.
El único amor de su vida… El único amor de su vida por esa noche. Se
revolucionaba su respiración mientras me contaba lo que sentía con el contacto
de su boca, mientras me describía su cara, sus hombros, sus manos, su pecho, su
cuerpo… Impetuosamente todo su cuerpo. Volvía a excitarse con solo recordar a
esos hombres que habían sido su vida entera, durante unas horas.
Me
acerqué a su lado y me sorprendió notarla cansada. Nunca había pensado que
pudiera ser frágil alguna vez.
No se si
notó mi presencia, o si fue una de esas casualidades de las que habla la gente,
pero en ese momento se despertó.
—Buenos
días.
—Hola.
Ummmm. ¡Que sueño! ¿Hace mucho que estás despierta?
—Un
ratillo. Voy a preparar café.
—Al final
me quedé frita en el sofá.
—Yo
también. Me parece que nos dormimos hablando.
—¡Que
bien lo pasamos anoche! Y que sinvergüenzas que son los hombres… Y que guapos
algunos… Y cómo nos reímos…
—Es
verdad. Cada día me divierten más esos juegos de seducción. Pero si me parece
que voy a aprender y todo... Y esas caritas que ponen —cuando nos miran como
miran los hombres—… ¡Me encanta!
—Esas
caritas y esos cuerpecitos. Que no veas algunos… ¡Ufff! Me pongo hasta nerviosa
al acordarme.
—Hace un
rato he estado pensando en lo espontaneo que te sale todo éste juego. En lo natural
que haces que resulte ponerle morbo a cualquier tontería.
—Pues yo anoche
te estuve observando un rato, mientras hablabas con ese chico rubio tan alto, y
me di cuenta de lo tranquila y de lo bien que se te ve ahora. ¿Te acuerdas de
cuando no podías ni hablar con nadie del género masculino? ¿Y de cuando
empezaste a salir por las noches? ¿Y de ese pavo que te entraba siempre?
—¡Cómo se
me va a olvidar! Sobre todo por lo que te reías tú a mí costa... Pero, si no
sabía ni cómo ponerme cuando estaba cerca de la barra de un bar. No se me
ocurría ninguna manera que me gustara para poner las manos, ni para colocar las
piernas. Pero si en cuanto me miraba un chico, me daba la vuelta…
—Bueno,
eso pasó y ya no te cortas por bobadas viejas. Ya no te preocupas de lo que
pueda creer nadie. Simplemente haces lo que te sale hacer… Sin más historias.
—Mis
peleas de siempre contra mi timidez. Tú lo sabes bien… Pero esas batallitas ya
las voy ganando de vez en cuando. Ya mismo seré la mujer más espontanea del
mundo… ¿Y sabes de lo que tengo ahora unas ganas enormemente espontaneas y arrebatadoras?
—No me digas
que tenemos que llamar a algún amigo a estas horas tan tempranas…
—No.
Tengo unas ganas enormemente espontaneas y arrebatadoras… De un café gigante.
—¡Ah,
vale! Yo también. Pon la cafetera, que voy preparando las tostadas.
—Perfecto.
Encendemos el fuego… Las calentamos... Y luego, les ponemos la mantequilla…