Vacía Tus Maletas . . . Y Vámonos De Viaje

jueves, 25 de junio de 2015

Una Ventana De Esas . . .



           Mis miedos y yo siempre buscábamos excusas para todo. Tus miedos y tú siempre encontrabais algún obstáculo que no queríais saltar… 
                 Siempre… Pero aquella tarde yo miraba por una ventana —de               esas que de vez en cuando nos dejamos abiertas—, y a ti se te olvidó           buscar alguna excusa cuando se te ocurrió acercarte a mí.        

       Te arrimaste por detrás sin pedir permiso y sin dudas…        
                Yo, no salí corriendo. 
 Tus manos comenzaron a acariciarme el pelo y a revolverse con él, como si lo hubieran hecho cada día.
 Tus dedos parecían escaparse furtivamente, para dibujar mis orejas casi sin rozarlas… Parecías escaparte, para retozar por mi cuello muy despacio. Para jugar con mis rizos como te daba la gana… 

         Tu pecho se aplastó contra mi espalda…
         Mil sensaciones despertaron sin avisarme…

          Tu cabeza se acercó a mi hombro.         
                        Yo volví mis labios hacia ti y tú dejaste que los tuyos se lanzaran          para besarlos sin ningún control…        
                 Nuestras lenguas comenzaron a enredarse. Nosotros,                          comenzamos a enredarnos.         
                  Nuestros brazos nos espachurraban por todas partes con todas          sus ganas.          
                 Nuestras respiraciones se nos desbocaban por el pecho…

          El suelo dejó de estar duro.
               La ropa dejó de estorbar... 
  El mundo desapareció.
  El mundo desapareció…

          Cuando nos miramos a los ojos, ya nos daba igual de qué color eran…         
                Cuando cogiste mi mano, no hizo falta nada más…

           De repente, ya no importaban los temores que había más allá de nosotros.                 
         De repente, ya no importaba, si ese era un buen momento.           De repente, las excusas y los obstáculos que llevábamos tanto tiempo inventándonos cada día… se habían ido.
     Y así, sin haberlo planeado, y de repente, estábamos juntos.          
                      Y así, sin haberlo planeado, y de repente… Tú estás aquí…






martes, 2 de junio de 2015

Un Poco Harto De Echar Cosas De Menos





Cuando era un niño quería ser tan alto cómo la luna. Con veinte años, conseguir dinero para emborracharme de cerveza o de cualquier cosa. A los treinta tener una Harley. Con cuarenta estar liado con una modelo, —pero mejor con una de esas que no están tan delgadas—. Y ahora, lo que quiero de verdad es sentirme bien, sin importarme para nada ser un hombre corriente… Sin duda, que esto es mucho más difícil.

Siempre he intentado mostrarme al mundo con claridad, pero últimamente, es como si le hubiesen regalado una lente empañada a cada uno de los que me rodea, cómo si todos me vieran desenfocado y borroso, y como si todos necesitaran de una manera imperiosa —y por mi bien—, reprenderme para llevarme por el camino correcto.

           A mí siempre me ha gustado que me dejen en paz, pero como estaba un poco harto de echar cosas de menos, se me ocurrió que a lo mejor había llegado el momento de cambiar algo.


         Lo primero que pensé para que nadie se enfadara conmigo, fue conseguir que me aceptaran. Hacer por integrarme en el mundo tampoco me iba a costar tanto…

Empecé haciendo las cosas como creía que a todos les podía parecer mejor, pero siempre acababa siendo muy torpe para dar con la forma de comportarme que cada uno esperaba de mí… Mis padres me seguían regañando, mis hijos seguían regañándome, mis amigos seguían regañándome, en el trabajo me seguían regañando… Y a pesar de que —nadie sabe lo simple y fácil de entender que puedo llegar a ser— ahí seguía yo, sin conseguir integrarme de ninguna de las maneras.

Cómo no podía evitar las regañinas, pensé que lo que sí podía hacer era alejarme de ellas, y se me ocurrió encerrarme en casa. —Si no me aceptan, que les den—. Esconderme del mundo y dejar que el tiempo pasara y se las apañara por él mismo para arreglar las cosas.

Después de unos días trabajando desde el ordenador de mi habitación, y comunicándome con el universo por whatsapp, me propuse dar un paso más, tanto en mi evolución personal como en mi conocimiento del mundo. Busqué en internet soluciones y encontré una página de libros de autoayuda, —mariconadas, la verdad—, pero todo hay que probarlo…  Me fui a la sección especial para hombres —que tampoco hay que pasarse—, y encargue los que me parecieron menos malos. Los leí muy despacio y muy atento. Subrayé lo que más me recordaba a mis propios problemas. Hice esquemas, y hasta un cuadro sinóptico de tantos colores que parecía que lo había hecho una mujer. Apunté cada una de las recetas que leía para mejorar la vida y la autoestima… Pero cuando me estaba terminando el último libro, llevaba emborronado medio paquete de folios y los consejos y la armonía me inundaban, me di cuenta de que esos autores a los que ni siquiera conocía, también se metían en mi vida, también me regañaban y también querían llevarme —y también por mi bien—, por el camino correcto…

Me pasé unos días bebiendo cerveza, comiendo bocadillos de atún y pizzas barbacoa, y viendo la tele. Pero —como de vez en cuando salta alguna chispa que lo cambia todo en un momento—, empezó una película de esas simplonas. Una película de esas que ni tienen persecuciones de coches, ni mujeres bailando sobre barras sucias de bares sucios, ni peleas sangrientas, ni nada… Una película de las que a mí no me gustan pero que esta vez me enganchó.

De repente veo frente a mí a un hombre normal, con los desastres habituales de la vida de la gente normal, con todas las chicas pasando de él como nos pasa a los tíos normales, con todos los personajes regañándole y sin que a nadie le importe lo que él quiere. Pero cuando estoy más atento para copiarme de cómo se las apañe el protagonista para salir de sus líos —porque estaba claro que era una película de esas que siempre acaban bien—, de repente  todo da la vuelta, y su vida se convierte en magnífica sin más. En su empresa ocurre algo buenísimo mientras el hombre corriente pasaba por allí, y todos descubren lo maravilloso que es en su trabajo. La chica más guapa —que además es la más lista y la más simpática de la peli—, se da cuenta en un segundo de lo atractivo que es y, con una mirada de esas tan enormes que llenan las pantallas de los cines, se enamora absolutamente de él y salen corriendo a echar el polvo de la vida de los dos. Porque, el hombre paradito, tímido e incomprendido, es el mejor amante que nunca había conocido aquel pivón de mujer…

¿Alguien puede creerse esto? ¿Dónde está el que va a venir a chasquear sus dedos para que todo cambie para mí? Di un salto desde el sofá, y me dio tanto coraje, que quité la película sin el mando a distancia, por primera vez desde que tenía esta tele.

Rabioso y despotricando de lo poco realistas que son estas historias peliculeras, me puse a recoger las latas vacías, los platos, los apuntes, y cuando estaba guardando los libros, se me ocurrió la más brillante de las ideas… Dejarme de tanto leer y tanto ver películas, y ponerme a escribir yo mismo mi propia historia.

La emoción se me disparó. Las imágenes y las palabras empezaron a volar a mi alrededor, y me di cuenta perfectamente de que esa era la solución que estaba buscando… Hacerme escritor. Pero no un escritor malo, sino un buen escritor. Uno de esos que enganchan, uno de esos que saben llegar al lector. Porque llegar al lector, es llegar al mundo… Y porque llegar al mundo, es llegar a ser comprendido. —¿Qué mejor manera podía encontrar de integrarme en una sociedad, que crearla yo mismo a mí manera?—

Con todas mis ganas, empecé a escribir. Por supuesto que lo primero que intenté, es explicarme muy bien para que nadie pudiera decirme que no me entendía. El protagonista de mi historia era un hombre normal. Un hombre con su trabajo corriente, con su familia corriente, con sus amigos corrientes y con su vida corriente. Una historia sencilla pero eficaz para que cualquiera pudiera identificarse conmigo, para que cualquiera pudiera entenderme y para que a nadie le dieran ganas de regañarme nunca más…

Iba ensimismado con mi escritura, creando personajes y describiendo lugares… Pero, cuando ya estaba imaginándome cómo iba a hacer las presentaciones de mi libro, las anécdotas que contaría, la chaqueta que me iba mejor con los vaqueros —porque yo quería ser un escritor bohemio y con estilo—… Así, de repente, empiezo a imaginarme que todos los personajes de mi novela se me revelan, que se ponen a hablar entre ellos, que se asoman apartando las letras que acabo de escribir y que dan un salto desde la pantalla de mi ordenador hasta el suelo de mi habitación… Que me rodean con los brazos cruzados bajo el pecho, que fruncen el ceño, que menean la cabeza de un lado a otro con movimientos increíblemente acompasados y, que antes de que yo pueda reaccionar… También ellos me regañan.


           Como, una cosa es darle muchas vueltas a la cabeza, y otra tenerla ya perdida del todo… En ese momento me di cuenta de que había llegado la hora de olvidarme de si los demás me ven desenfocado o con claridad, de si me regañan por mi bien o por el de ellos, de libros y de películas que no me gustan, de querer escribir un mundo intentando que sea el mío y de obsesionarme con entender y con que me entiendan.

          No sé si será porque —cuando algo no lo puedes conseguir, al final ya no lo quieres—, o porque en estos días por lo menos he aprendido a no regañarme yo… Pero el caso es que, aunque no haya logrado nada de lo que me propuse, si tengo lo que pensaba que era lo más difícil de conseguir… Sentirme bien, sin importarme si soy o no soy, un hombre corriente.