Hace treinta años que no me como una manzana.
A mucha gente le pasa lo mismo. Incluso, algunos llevan cuarenta años sin comerse una manzana.
En todo esto no hay nada raro.
Seguro que hay quién nunca se ha comido una manzana, y quién no tiene ni idea de lo que son las manzanas.
Yo si, y también sé a que saben las manzanas.
Está claro que estas cosas, a mi no me preocupan.
Pero, ¿y si hace treinta años que no deseo nada tanto, cómo me apetece ahora mismo comerme una manzana?
Esto ya sí que me pone nerviosa. Es algo bastante extraño pero, sobre todo, es algo enormemente triste.
¡Cómo he podido pasar tanto tiempo sin muchas ganas de nada! Y, lo peor, ¡como no lo he echado de menos!
Me voy ahora mismo a buscar una manzana.
La quiero verde y ácida. Las amarillas o las rojas nunca me han gustado.
Estoy deseando tenerla aquí. Estoy deseando mirarla. Estoy deseando olerla. Estoy deseando saborearla. Estoy deseando comérmela muy poco a poco.
¡Ufff! ¿Por qué no siento lo mismo cuando pienso en mi novio?
Lo único malo de comerme mi manzana ya, es que me arriesgo a pasar otros treinta años sin ningún sueño especial. Me parece que será mejor esperar hasta descubrir por lo menos otra cosa que me entusiasme también.
Con el trabajo que me ha costado encontrar algo que quiero... A ver como, me como yo ahora mi ilusión.
¡Que complicado resulta a veces sentir!
Me voy a por mi manzana verde. La buscaré grande y brillante. Y la pondré junto a la tele del salón.
Así no se me olvidará nunca, que tengo algo que me apasiona. Así no se me olvidará nunca, que tengo algo importante que hacer. Y así no se me olvidará nunca seguir buscando cosas, o personas, o sentimientos o lo que sea que me emocione...
Porque ahora ya sé que existen.