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domingo, 27 de julio de 2014

Solo De Vez En Cuando




     
        ¡Nunca se hubiese visto semejante disparate! Gritó mi abuela cuando le dije que me gustaban los hombres.

      Hasta hace poco, mi pueblo era un pueblo normal. Con sus costumbres típicas, y sus manías tradicionales… La única diferencia estaba, en que aquí, algunas de esas rutinas, tenían un aspecto un poco diferente a las de otros lugares.

      Ya hace más de 100 años, que parece ser que mis paisanos —igual que en todas partes—, no paraban de darle vueltas a la cabeza para cualquier cosa. Unas veces querían algo, otras lo contrario. De repente les entraban las dudas… En fin, que casi nunca estaban tranquilos.

         Pero una tarde, nuestro alcalde de entonces, en una de sus siestas legendarias, soñó que las preocupaciones y las incertidumbres desaparecían para siempre de la comarca. Aquél sueño le impresionó tanto, que esa misma noche, convocó al médico, al maestro y al cura… Y no pararon de beber vino y de tomar carajillos, hasta que encontraron una solución perfecta, que les encantó.


 



      Cada familia tendría su personalidad, sus gustos y su manera de vivir —como debe ser—... Solo, que en vez de buscar todo esto a fuerza de noches sin dormir, y de días llenos de consideraciones y de preguntas sobre la vida… lo encontrarían por medio de un sorteo —por supuesto—, respetuoso y justo.     

          Y así, de esta manera tan sencilla, sin tener ya nada por decidir y con todo muy claro, la serenidad llegó a mi ciudad.

      A mi familia nos tocó ser los homosexuales del pueblo. Y nosotros encantados. Sobre todo ahora mi hermano y yo, porque la familia de los intolerantes lo son mucho menos en esta época que lo fueron con nuestros antepasados.     

        Pero… Cuando ya llevábamos más de un siglo de paz y armonía, entre mis paisanos y entre mis parientes, aquella camioneta roja y llena de polvo, apareció por la plaza de mi pueblo…     

        Un chico, con los mismos hombros, con el mismo pecho y con la misma boca, que los que salen en la tele, anunciando esas milagrosas colonias de hombre tan increíbles… se bajo de ella. Preguntó algo por allí, se volvió a subir, y se alejó. Simplemente, se había equivocado de camino, pero así de simplemente, puso en un segundo todo mi mundo patas arriba.

      ¡Nunca se hubiese visto semejante disparate! Gritó mi abuela. Y ahora, con que cara le digo yo a los vecinos que me ha salido una nieta heterosexual.

      Pero lo malo no fue eso. El jaleo vino después. Cuando, igual que me pasó a mí, la gente empezó a cuestionarse su forma de vida apacible y concertada. Cuando volvieron las vueltas a la cabeza y las dudas. Y cuando llegaron también, las ilusiones, la curiosidad y otra esperanza.     

       Y así, de esta manera tan sencilla, regresaron a mi pueblo las emociones, las inquietudes y los sueños. Y ahora —igual que en todas partes—, volvemos a tener paz y serenidad... solo de vez en cuando.